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miércoles, 21 de marzo de 2018

Compartiendo una parte muy íntima e importante de mi vida.



Hoy tome la decisión de compartirles uno de mis pequeños escritos. Uno de esos que me invente hace mucho tiempo y que, después de terminar de escribirlo no logre continuar con la historia.

Este escrito en particular lo tengo muy cerca de mi corazón porque lo escribí en un momento en que el que me sentía muy sola, estaba triste y siento que me desahogue muchísimo al poner mis sentimientos en papel. Después de termine de escribirlo sinceramente no pude seguir. Ya había expresado lo que sentía, me había desahogado y simplemente no quería volver a ese lugar. Creo que es una pequeña muestra de lo que les comente hace un tiempo, sobre cuánto me gusta escribir pero lo mala que soy teniendo una continuidad con mis historias. Me gusta de vez en cuando leerla nuevamente y pensar que puedo continuarla en algún momento. Me gustaría eso, ¿ustedes que me dirían? Los dejo entonces, espero que les guste.

Capítulo 1

Hacia un día bastante gris. Las nubes en el cielo mostraban que pronto empezaría a llover. El día estaba frío, el otoño estaba en pleno desarrollo. Pronto, llegaría el frio invierno.

Ahí estaba, en pie justo en frente de la puerta de lo que solía llamar hogar. No había venido en años. Este lugar no me trae muy buenos recuerdos. La última vez que estuve de visita tuve que salir en medio de la noche por una llamada de emergencia. La razón por la que estaba aquí: Mi abuelo acaba de fallecer y, mi padre es lo único que tengo ahora.

Parece Como si hubiera pasado más de media hora desde que me baje del taxi pero, aún seguía allí de pie. Sin querer dar un paso hacia adelante. Mis padres se habían separado hace más de 11 años. Mi madre me llevo vivir con ella y, cada vez que visitaba a mi padre me sentía triste. Nunca logre procesar el hecho de que él tenía una nueva familia. Tenía 2 hermanos pequeños y, aunque mi madrastra había sido siempre amable conmigo. No lograba sacar de mi cabeza la tristeza en los ojos de mi madre.

Respire profundo, como si estuviera preparándome para entrar a un campo de batalla, y me dirigí hacia la puerta. Justo antes de poder tocar, la puerta se abrió. Era Joseph, mi hermano menor.

-        Que haces ahí en pie como en trance, ¿no ves que quiere llover? - Dijo mientras pasaba a mi lado y recogía mis maletas - Hey! Marcus ven acá. Esto está más Pesado de lo que parece – dijo bajando la voz.
-        Yo puedo hacerlo - Le dije y trate de tomar uno de mis bolsos.
-        Ya deja así, nosotros lo hacemos - Marcus había aparecido y me había dado una palmada en la espalda - Ve adentro. Mamá te está esperando en la cocina.

Allí los tenía, se veían tan grandes. Eran 3 años menores que yo pero parecían Incluso mayores. Los mellizos eran 2 chicos muy bien parecidos. Altos (más o menos 1,70) y no muy delgados. Con buena espalda. Un color de piel dorado que reflejaba lo latino de la herencia de sus padres. Yo soy un poco más clara que ellos. Cabello oscuro pero sin llegar a ser negro. Y Con esos ojos color café claro que podía derretir a cualquier chica. Debían ser muy populares entre las Chicas en su escuela. Eso pensé.

Entre a la casa y me dirigí hacia la cocina. Ángela, mi madrastra, estaba de espalda lavando algunos platos.

-        Cassie! - Dijo con una sonrisa en su rostro - Que bueno que llegaste bien. ¿Tienes sed o hambre? Tu padre aun no llega de trabajar. Estará muy feliz de verte. Han pasado cuantos... ¿Cuatro años?
-        Cinco - Dije. Era exactamente la cantidad de años desde la última vez que había visto a esta familia en persona. Desde que mi madre había muerto no había regresado a esta casa.
-        Oh. Tanto tiempo - dijo con su cara de pena. Se había dado cuenta del pequeño error que acababa de cometer.

Ángela se había sentido muy apenada la primera vez que me vio, ese momento se estaba repitiendo. Mi papá me había dicho muchas veces que tratara de no mencionar a mi madre cuando visitara. "No es culpa de Ángela", me decía.

-        ¿Que tanto traes en esas maletas? Pesan como si hubieran ladrillos dentro. - Marcus acababa de entrar en la cocina.
-        Es normal que este pesado. Cassie es una chica después de todo - detrás de él, Joseph entraba también.
-        Gracias – dije apenada. Siempre me pasaba eso con mis hermanos. Otros que siempre se habían mostrado amables conmigo. Solía verlos jugar mucho cuando estábamos más pequeños pero, nunca había logrado tener una relación cercana con ellos.

Joseph en especial siempre había sido más dado hacia hablar conmigo. Siempre diciendo lo que piensa. Marcus, por su parte, siempre había sido más reservado. Sus personalidades eran opuestas y sus apariencias lo demostraban. Joseph se vestía muy relajado, con jeans y camiseta. Era muy bueno en el futbol. Marcus parecía más un rockero. Vestía jeans pero con una camiseta negra y tenía una chaqueta de cuero negra puesta encima.

-        Chicos, ¿pusieron todo arriba? Porque no le muestran a Cassie su habitación – había olvidado que Ángela estaba allí. Cuando volví a sentir su presencia, esa sensación de pesadez volvió a mi pecho.
-        Yo voy de salida Ma – dijo Marcus – te toca Joe. Cas – se dirigió hacia mí – un gusto tenerte de vuelta – se dio la vuelta y salió de la casa.
-        Joseph, puedes por favor mostrarle a Cassie su habitación – Ángela se dirigió hacia su hijo. Parecía un poco enojada – Cassie te voy a preparar un Sándwich, debes estar hambrienta. Espérame unos 10 minutos y baja a comer algo.
-        No te preocupes – le dije – no tengo mucha hambre de todas formas – dije mientras salía de la cocina. Seguí a Joseph hasta el segundo piso.
-        Seguro lo encontraras infantil – me decía mientras caminábamos – Papá no ha querido mover nada de tu habitación en caso de que quisieras volver a pasar los veranos aquí.

Y así era. Al abrir la puerta me encontré con mi antigua habitación. Era la única parte de la casa que mi padre no había tocado desde su separación con mi mamá. Mi habitación mostraba mi personalidad de pequeña. Paredes de color rosa y algunos muñecos de peluche en los estantes. Mi antigua casa de muñecas estaba en el piso junto con varias muñecas arregladas como si alguien hubiera estado jugando hace poco con ellas. Ángela había sido muy cuidadosa al limpiar la habitación, o tal vez había vuelto a arreglar todo tal cual como estaba antes. 

-        Tendré que hacer algunos cambios – dije mientras caminaba hacia mi tocador. Nada de esto se parecía a mí en absoluto.
-        ¿Cierto? Eso le dije pero a veces mi papá es bien testarudo. Siempre decía que debías ser tú la que lo decidiera – se había sentado en la cama – ¿Y entonces?
-        ¿Entonces qué? – pregunte. Siempre me lograba sorprender lo calmado que era este chico. Parecía que nada le afectaba, todo se lo tomaba de manera tan sencilla.
-        ¿Qué tal el clima en Brighton? – tenía una sonrisa en su rostro. Bastante incomoda la verdad. Como si eso fuera lo único que se le hubiera ocurrido preguntarme.
-        Supongo que bien. No esta tan gris como Londres pero otoño es otoño, entonces no es que haya mucha diferencia – le dije. Me miraba como si hubiera esperado otro tipo de respuesta de mi parte – ¿Qué? – pregunte.
-        Nada. Voy a dejarte sola… no olvides que mamá está haciéndote algo de comer – cerro la puerta y desapareció.

Por fin estaba sola. Esto sería más difícil de lo que había pensado. No había pasado ni una semana desde que el abuelo había fallecido. Todo había sido tan rápido. Desde la llamada del hospital, el funeral, la transferencia de escuela, todo. La casa aún no se vendía. Le había dicho a mi papá que no quería venderla tan pronto. No había tenido tiempo aun para asimilar lo que estaba sucediendo en mi vida. De pronto, al encontrarme sola después de tanto tiempo, las lágrimas empezaron a salir.

En menos de lo que había pensado ya estaba con la cabeza en la almohada. La realidad estaba llegando a mi cabeza. Mi vida como la había conocido había llegado a su fin. No más domingos en la playa o cerca de la chimenea leyéndole al abuelo. No más llegar a casa después de la escuela y sentarme horas y horas a hablarle a la señora Perkins (ayudaba en la casa) acerca de lo que había sucedido en el día. No volvería a ver a mis amigos todos los días, la distancia entre nosotros, aunque no muy grande, haría que la amistad se volviera menos intima.

Encima de todo, estaba en una casa completamente extraña para mí. Vivir con mi padre iba a ser difícil. En los últimos años solo hablaba con el cuándo era estrictamente necesario, o cuando él me llamaba. Las frases que más usaba eran, “Gracias”, “Si, estoy bien” y “No, este verano tampoco iré”. No negaba que el había puesto mucho empeño pero, la verdad es que nunca pensé que necesitaría de él algún día. Mi mamá era todo para mí, mi abuelo también. Cuando ellos se separaron yo estaba muy pequeña y cuando empecé a venir a esta casa fue porque él se lo pidió a mi madre. Y aun así no había logrado acercarse a mi mucho de todas formas. Me sentía fuera de mi zona, como una intrusa y, no podía hacer nada al respecto.

Todos esos sentimientos parecían acumulados dentro de mí porque mi llanto se volvió más profundo. Tuve que meter mi cabeza bien dentro de la almohada para no ser escuchada. De repente, estaban tocando la puerta. Las lágrimas se detuvieron en ese instante.

-        Cassie, ¿está todo bien? – la voz de Ángela se escuchaba a través de la puerta.
-        Estoy bien – le dije limpiándome las lágrimas del rostro. No quería que me viera de esa manera. No quería que nadie me viera así.
-        Como no bajabas subí a traerte el Sándwich, ¿puedo pasar? – se había dado cuenta de lo que estaba ocurriendo dentro de la habitación. El tono de su voz me lo decía.
-        ¿Puedes dejarlo allí por favor? Me gustaría estar sola – dije mientras trataba de esconder mis sollozos.
-        Oh…. Ok, lo dejare aquí entonces – se detuvo – Cassie… cualquier cosa que necesites me avisas – no dije nada. La escuche alejándose de la habitación y bajando las escaleras. Una vez no escuchaba sus pasos me pare de la cama.

Me acerque lentamente y abrí la puerta para recoger la bandeja de comida que Ángela había dejado. Joseph estaba en pie junto a la puerta de su habitación mientras miraba hacia donde yo me encontraba. Lo mire por solo un segundo, me volví y cerré la puerta. Volví a la cama y coloque el Sándwich y la bebida en la mesa de noche. No quería ver o hablar con nadie. Lo único que deseaba en ese momento era cerrar mis ojos y que todo lo que había sucedido fuera un mal sueño. Solo eso. 


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